La vida como conductor de un taxi es intensa, más aún en una ciudad grande, y especialmente si esa ciudad es Nueva York. Ryan Weideman la fotografió durante cuarenta años, plasmando también en sus imágenes los cambios que se producían en su entorno.
Rubi Dubi Do, 1982
Cuando llegó a la ciudad en 1980, tras graduarse en el California College of Arts & Crafts, sus pretensiones estaban muy lejos de conducir un taxi las próximas décadas, pero los 300 dólares que llevaba en el bolsillo no eran suficientes para vivir y tuvo que buscarse otro medio de subsistencia. Fue así como llegó al taxi, sin renunciar a hacer street photography, el objetivo que le había llevado, en un primer momento, a la ciudad de los rascacielos.
Autorretrato en el asiento de conductor de su taxi
Sus fotografías, de reconocido prestigio, recorren ahora el mundo de la mano de la Bruce Silverstein Gallery y recientemente ha podido ser vistas en el Centro Espronceda de Barcelona. La vida y la intensidad de las historias que se contaban y ocurrían en el asiento trasero de su taxi le llevó a captar las imágenes que son ahora objeto de culto y en las que, más allá de fotografiar personas en un taxi, ha captado la evolución de una ciudad con una intensa vida festiva, de negocios y cultural, en décadas de grandes cambios.
Alguna de las anécdotas de Weideman incluye serpientes
Sus fotografías captan la diversidad de los habitantes de la ciudad que nunca duerme en constante ebullición y las surrealistas historias que pueden tener lugar en un taxi, siempre desde la perspectiva de su conductor y, en ocasiones, con el propio taxista de protagonista o coprotagonista.
Mas información: Ryan Weideman en la Bruce Silverstain Gallery